Fotografiando Venecia y Verona

Llevaba tiempo queriendo compartir la experiencia por la ciudad de los canales que vivímos Maria José y yo, junto a unos buenos amigos con los cuales hemos hecho muy buenas migas después de realizar su boda en las bodegas Fundador de Jerez, la cual podéis ver aquí (Boda Alejandro y Mª Carmen). Para ello, he querido que ellos participen en la historia porque son el 50% de este viaje y ellos mismo han redactado con un nivel rozando lo poético nuestra incursión en la ciudad de las 118 islas, aquí os lo dejo espero que os guste en conjunto con las imágenes:

Cada lugar es único y Venecia lo es, pero, con permiso de “Los del Río”, Venecia también tiene un color especial.

Un destino que no puede faltar en la hoja de ruta de ningún viajero, a riesgo de tener una cuenta pendiente para siempre. Sales del aeropuerto y tomas un bus rumbo a la Piazzale Roma. A partir de ahí, adiós calzadas, hola canales; adiós bus, hola vaporetto; adiós coches, hola góndolas.
Muy rápidamente te adentras en la realidad de estar en una ciudad singular e inigualable. Bien pronto lo descubrimos tras un “agradable” paseo a pie cargados con nuestras maletas hasta el apartamento. Callejuela por aquí, canalito por allí... sotoportegos, escalones y, de repente, el Ponte dell’Accademia atravesando el majestuoso Gran Canal. Cuando quieres darte cuenta ya eres un “Venecier”. No hay marcha atrás.
Venecia tiene alma. La ciudad brilla con luz propia. No necesita de guiones ni de rutas previamente trazadas. Tampoco lo conseguirás, aunque te lo propongas. Enredarte paseando por sus laberínticas calles te hará descubrir rincones inimaginables que ningún otro lugar del mundo contiene.

Venecia es Carnaval. Sin duda un buen lugar para encontrar inspiración y veneno. La Sereníssima es el pellizco de sus atardeceres en San Marcos y es canalla como cada uno de los gondoleros que navegan sus canales. Venecia son sus máscaras que ocultan en Rialto versos irrepetibles.

Venecia son dos. Y cada una de ellas, nunca mejor dicho, son como el día a la noche. Y en este caso el atardecer es a Venecia lo que la calma a la tempestad. La caída del Sol trae consigo otra Venecia, la verdadera Serenissima, cuando los innumerables turistas que atracan con sus cruceros en el puerto de la ciudad, parten en busca de otro destino. La belleza enamora y atrapa, tanto, que Venecia acaba siendo víctima de su propia hermosura. Así, la noche, permite disfrutar de Venecia en todo su esplendor.

Tiempo tuvimos también de visitar la pequeña y colorida Burano. Sin lugar a dudas mereció la pena la escapada y pasear por sus alargadas callejuelas. La pintura de brocha gorda es afición de culto en Burano. Las fachadas pintadas de colores más que atrevidos y que estarían prohibidos en el centro de cualquier ciudad, se suceden unas a otras creando un efecto maravilloso a la vista que sirve de gran recurso para los fotógrafos. Si visitan Burano no olviden contratar uno.
Nunca podíamos haber imaginado las vivencias que Venecia nos tenía preparadas a los cuatro. Y dejar Venecia nos costó, primero porque estaba lloviendo y, segundo, porque un “Venecier” lo es sin remedio para siempre.

Se escapa un suspiro inevitable cuando dices adiós a Venecia, al igual que aquellos reos que cruzando el Puente de los Suspiros, contemplaban por última vez el azul de su cielo y su mar. Nosotros volveremos a verte.

Superado el bajón nos llevamos una grata sorpresa cuando tras dos horas de tren, arribamos a la romántica Verona.

Símbolo de los enamorados, Verona es coqueta y encantadora. Tanto que, sin haberla pisado nunca Shakespeare ambientó en ella la historia de amor más universal de nuestra literatura: Romeo y Julieta.
Muchos fueron los guiños que a esta obra pudimos encontrar durante nuestra visita. Pero Verona es mucho, mucho más. Al salir de la estación hicimos un “recorrido panorámico” en autobús por la zona industrial de la ciudad. Tras instalarnos nos dirigimos en un breve y lluvioso paseo hasta el centro, el corazón de Verona, donde a su entrada descansa vigilante y solmene el espectacular Castelvecchio junto con el Ponte Scaligero.
Sin duda una de las características más singulares de Verona son sus edificaciones, tanto civiles, militares o religiosas de ladrillo visto, que dotan a la ciudad de un color rojizo muy partícular.
La Arena, tal y como se conoce a su anfiteatro Romano es visita obligada, así como la subida a la Torre de Los Lamberti, desde la que se puede disfrutar de unas espléndidas vistas de la ciudad.
Verona también nos regaló momentos para el recuerdo, como el poder deleitarnos con un ensayo de un Orfeon en la Iglesia de San Fermo, o el poder degustar una de las bebidas favoritas de los veroneses: el Aperol Spritz.

Viajar es vivir, conocer, aprender y disfrutar a la vez, y si se viaja en buena compañía, mejor que mejor. Hemos tachado dos bellos rincones del mundo por descubrir. ¿Vamos a por los siguientes?